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miércoles, febrero 15, 2017

El lenguaje incluyente es redundante, feo e inútil


Aunque como casi todas las mujeres y los hombres de mi generación fui criado en una sociedad machista, pero por lo aprendido y por el paso de la vida, no me gusta serlo, no me gusta tener ningún privilegio por esta razón.

Estoy muy de acuerdo con la igualdad de géneros, con que no haya concesiones ni discriminaciones por las personas (¡Oh, qué tan universal es la femenina palabra personas en este lenguaje que es considerado no inclusivo!). Repudio la sociedad patriarcal en todas sus expresiones. Reconozco que nuestra sociedad maltrata y discrimina a casi todo el mundo.

Al mismo tiempo, pienso que tarde o temprano los cambios al lenguaje llegarán por el camino que han llegado siempre: por el uso cotidiano, permanente, creativo que el pueblo raso haga de las palabras. Y ese uso está asociado a cambios previos en las realidades, es decir, a rupturas, a novedades en las estructuras sociales.

Entonces, en la medida en que la sociedad le quiebre para siempre el espinazo a la desigualdad, a la inequidad, a la iniquidad en temas de género, de respeto a las minorías, de pobreza económica, etc., surgirán nuevas realidades que nombrar y a continuación los términos que las definan.

Es decir, preocupémonos primero por cambiar lo que tenemos que cambiar en el plano de las estructuras sociales, económicas y políticas, que ya la creatividad popular se encargará, de manera arbitraria (todo lenguaje es arbitrario), de nombrar esas nuevas estructuras y sus implicaciones en la vida diaria, de darles un alma en el alma de todos.

Cuando eso suceda en serio y a fondo, saltarán por los aires las tuercas y tornillos de la fonética, la morfología, la gramática y la sintaxis actuales de la lengua española, y en su nuevo ADN toda la sociedad incluirá, no de forma superficial, no solo en la piel, sino en lo más profundo, las nuevas, duraderas y permanentes transformaciones que se hayan consolidado con el tiempo, con la lucha social. 

Lo anterior no me lleva a desconocer que progresos logrados en la cultura de las comunidades, en la educación de los pueblos, a partir de campañas, de propuestas políticas novedosas, empujan, presionan, para que haya avances en los ámbitos sociales, económicos y políticos. Pero todos sabemos que las grandes transformaciones sociales siempre surgen desde abajo, desde las vísceras de la gente.        

El tema del lenguaje incluyente se ha debatido mucho en el mundo en las últimas décadas. Considero que en este debate hay un exceso de susceptibilidad de parte de algunas mujeres y también de hombres. Pero por fortuna, no todas se sienten excluidas cuando se usa el género masculino para el plural, por simple economía de lenguaje y no para discriminar.

No estoy de acuerdo con el lenguaje incluyente, en consonancia con lo que afirma el escritor Héctor Abad Faciolince (Revista Semana, 19 de agosto del 2006): “sobre todo si por lenguaje incluyente se entiende la costumbre de reemplazar la letra 'a' y la letra 'o' por el signo @ (querid@s amig@s), o si cada vez que uno dice "ciudadanos" debe añadir también "ciudadanas"”.

Con el autor antioqueño comparto el argumento de que el lenguaje incluyente es redundante, feo e inútil.

¿Por qué? Continúa Abad Faciolince en su artículo citado: “El género es una categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo. Cuando yo digo, por ejemplo, que "las personas tienen estómago", aunque "personas" tenga género femenino no estoy excluyendo a los hombres. Y aunque "estómago" sea masculino de género, lo llevan por dentro los dos sexos por igual. De hecho el órgano viril por excelencia, suele tener en castellano género femenino y (excúsenme los oídos castos) puedo citar los casos de la verga, la polla, la picha y la mondá, cuatro instrumentos idénticos de género femenino, aunque evidentemente de sexo masculino. Y en España, al menos, pasa lo inverso con la parte correspondiente de la mujer y, por típicamente femenino que sea (en cuanto al sexo) el coño, el género de esta palabra es masculino”.

Aquí me parece importante citar algunos apartes de una discusión que Abad tuvo con la feminista y columnista de El Tiempo, Florence Thomas, sobre este tema: “Cita Florence en apoyo de su tesis un titular de El Tiempo que decía así: "Piden cadena perpetua para violadores de niños". Thomas se indigna porque la mayoría de las víctimas del delito de violación son niñas y no niños, y siente que El Tiempo, al escribir niños, está dejando en la sombra a las niñas, excluyéndolas, negando su sexo, y propone que el título correcto debería haber sido: "Cadena perpetua para violadores de niñas y niños". En realidad, si el manual de estilo del periódico obligara a los periodistas a usar un "lenguaje incluyente", el título, más exacto, tendría que decir: "Cadena perpetua para violadores y violadoras de niñas y de niños". Sé muy bien que por cada mil violadores hombres, si mucho, hay una violadora mujer, pero si uno se va a poner muy preciso, y si se va a saltar la economía propia del idioma, es difícil saber dónde trazar la raya”.

El escritor insiste en que el género es un asunto gramatical y no sexual, razón por la que hay una convención en varias lenguas occidentales (español, francés…) que consiste en lo siguiente: ante un número plural de personas, se usará, por economía verbal, el género masculino, lo cual no excluye a las integrantes de ese grupo específico que tengan sexo femenino.

Finaliza afirmando el escritor Abad Faciolince: “Al fin y al cabo, todas las personas que existen en el mundo pueden ser calificadas con adjetivos negativos, y también la mitad de los oficios y actividades pueden tener una connotación peyorativa. Y en todas esas acepciones negativas, el género masculino carga con la abominación, sin que los de mi sexo protestemos. Si usáramos de verdad un lenguaje incluyente, tendríamos que decir no sólo colombianos y colombianas, sino también asesinos y asesinas, borrachos y borrachas, secuestradores y secuestradoras, violadores y violadoras, feos y feas, brutos y brutas, estúpidos y estúpidas. ¿De verdad les parecería bueno usar el lenguaje así?”.

Por otro lado, el licenciado mexicano en Castellano y Literatura, W. Molina, sostiene que con el lenguaje incluyente el idioma español caería en el absurdo, porque tendríamos que expresarnos, por ejemplo: “La pacienta era una estudianta adolescenta sufrienta, representanta e integranta independienta de las cantantas y también atacanta, y la velaron en la capilla ardienta ahí existente”.

En español, el plural en masculino implica ambos géneros, por lo que al dirigirse al público no es necesario ni correcto decir "colombianos y colombianas", “niños y niñas”, etc. Es correcto nombrar ambos géneros solo cuando el masculino y el femenino son palabras diferentes, por ejemplo: "mujeres y hombres", "toros y vacas", "damas y caballeros", etc. 

Lamento que algunos puedan descalificar o discriminar esto como un tecnicismo, pero en español existen los participios activos como derivados verbales. Como por ejemplo, el participio activo del verbo atacar, es atacante; el de sufrir, es sufriente; el de cantar, es cantante; el de existir, existente; etc.

“La terminación ‘ente’, dice Molina, que expresa “el que es”, “el que tiene entidad”, es el participio activo del verbo ser. Por esta razón, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se le agrega la terminación 'ente'. Se dice estudiante, no estudianta; adolescente, no adolescenta; paciente, no pacienta; comerciante, no comercianta...

“Por tanto, a la persona que preside se le dice presidente, no presidenta, independientemente de su género. Tampoco, en un arranque de machismo lingüístico se le nombra presidento”.

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