Por Donaldo Donado V.
Son múltiples las
razones por las que un escrito debe pasar primero por los ojos vigilantes de un
corrector de estilo antes de llegar a los del lector. Enseguida les presento
ocho, que por el momento pueden ser suficientes:
1.- Soñar con escribir
una obra de arte: todos los escritos, aun los ya publicados, son por lo general
obras inconclusas. Siempre pueden ser perfeccionadas, incluso hasta nunca
acabar. No obstante, las personas que escriben pueden soñar con que su texto
más sencillo, instrumental y rutinario resulte bien hecho. Que cumpla con todos
los estándares de nuestro idioma, del buen escribir. Que sea una pequeña obra
de arte. Es también un deber con el lector, un homenaje a él.
Escribir es uno de los
actos más solitarios que existe. Pero hoy, como nunca antes, quien escribe
tiene a su disposición inmediata el más grande y rico menú de ayudas:
diccionarios comunes, especializados y de sinónimos, gramáticas, corrector
ortográfico y manuales de estilo, todos digitales y en línea.
En muchos casos, todas
estas herramientas son insuficientes. Los textos no dejan contentos a los
autores. Sienten que algo o mucho les falta para ser idóneos, claros, concisos,
estéticamente aceptables, bellos. Es entonces cuando el corrector de estilo
surge como el mejor aliado para alcanzar esta meta.
2.- Evitar la
ambigüedad o un mensaje equivocado: un buen escrito se caracteriza por entregar
un mensaje claro y directo; sin lugar a dudas, a diversas interpretaciones. Una
coma, un punto y coma o un punto y seguido le pueden cambiar el sentido a una
oración, a un párrafo, a todo un texto. Por esto, a la hora de redactar es
importante conocer y aplicar correctamente los signos de puntuación, para
convertirlos en aliados y aprovechar todos sus aportes. Si la persona que
redacta no los conoce muy bien o no los maneja adecuadamente, antes de enviarlo
a los lectores finales, debe entregar el escrito a una persona que sí los
conozca y domine, es decir, a un corrector, para que lo corrija con base en las
normas de la gramática y del buen uso del idioma.
De esta manera, el
autor –sea un investigador académico, un funcionario público o un empleado
bancario, por ejemplo– evita enviar un mensaje equivocado.
3.- Enviar un mensaje
claro: en no pocas ocasiones encontramos textos que emplean óptimamente los
signos de puntuación, pero que presentan deficiencias en las concordancias de
género y número, en la conjugación de los tiempos verbales y en el orden
lógico, entre otros aspectos.
Sin embargo, los
problemas de un escrito no se limitan al uso del idioma, sino que también
comprenden la estructura u organización interna. Por la desestructuración o
ausencia de una clara y lógica columna vertebral, muchos escritos resultan
deshilvanados, inconexos y dispersos, lo que los hace inviables y fallidos: una
pérdida de tiempo para el autor y para los lectores.
Un corrector de estilo
competente resuelve todo este barullo de la falta de coherencia interna.
4.- El autor posee un bajo nivel de lectura:
existe una indisoluble asociación entre la lectura y la escritura. Una persona
que posee el hábito de la lectura tiene muchas más posibilidades de escribir un
texto correctamente que la que no lo tiene. La lectura provee al lector
habitual de un bagaje, de un acervo del idioma, que a la hora de escribir surge
incontenible para ponerse al servicio de la buena escritura. Mientras que el
lector ocasional o instrumental vive momentos difíciles a la hora de escribir
el texto más breve e informal o al momento de redactar el informe más riguroso.
Desconoce las normas del lenguaje escrito. Lo usa a tientas. Al final malogra
sus buenas intenciones.
Ante un escrito
marcado por el lenguaje oral y la improvisación, un corrector de estilo actúa
como un bálsamo.
5.- Se rompe con una
tradición: hasta mediados del siglo xx se decía con propiedad que Colombia era
un país de gramáticos y poetas. Muchos de los cultores –sobre todo en el siglo
xix– también se destacaron como presidentes de la república, ministros y demás
dignatarios del poder público. Por su presencia y actividad pública, por las
tertulias que protagonizaban y por otros valores artísticos y culturales de
Bogotá, en esos tiempos la ciudad llegó a considerarse como La Atenas
suramericana.
Ambas características
se perdieron para siempre. En contra han jugado las deficiencias de la
educación en las áreas de la comunicación oral y escrita y la irrupción de los
medios masivos de comunicación, entre otros múltiples factores.
El colombiano promedio
no honra ya la noble tradición de pertenecer a un país de gramáticos. No cuida
el idioma, no se preocupa por aprenderlo con propiedad, en fin, escribe mal. Solo
basta con leer los correos electrónicos y las deplorables participaciones en
cuanto canal de chat existe en las web colombianas.
Tal vez como un
representante de esa usanza, el corrector de textos o de estilo, sin
pretenderlo, actúa como un faro del idioma, como un vigía de esa loable
tradición, que era ejercida sobre todo por la elite bogotana.
6.- El corrector automático de los programas
de texto no es suficiente: muchas de las carencias y deficiencias señaladas
cuentan hoy con un salvavidas en el recurso tecnológico del corrector
ortográfico incorporado al procesador de texto de los computadores y de todo
tipo de dispositivos habilitado para la escritura; sin embargo, esta
herramienta es muy limitada, aunque es preciso reconocer que en cada nueva versión
de estos programas y aplicaciones se aumentan su eficiencia y sus servicios
lingüísticos.
Estos recursos
representan una ayuda importante para todo tipo de escribientes, pero no en
pocas ocasiones sugiere el error. Claro, es una máquina con una memoria robusta
que almacena la mayoría de las encrucijadas del idioma, pero no todas. No es
omnisciente. A veces se confunde; por ejemplo, como no ve ni piensa por sí
misma, no sabe si usted escribió marques o marqués, círculo o circulo, revólver
o revolver; en otras, simplemente, “no sabe o no responde”.
Para tapar las
innumerables goteras que presentan estos recurridos correctores ortográficos y
para resolver los problemas de sintaxis que no atiende ni resuelve, una persona
que sea un corrector de textos es la más indicada tabla de salvación.
7.- Por la elegancia y
contra el desaliño: un texto mal escrito es como una persona que sale a la
calle sin bañarse, mal peinada, sin afeitar, con prendas ajadas y de colorines,
y zapatos polvorientos; la más común estampa del desaliño, de la negligencia,
de la omisión, del descuido. Mientras que uno bien escrito es comparable con
una mujer elegante, así no sea bella, de buen gusto y distinción para vestir.
En consecuencia, un
corrector de textos se puede asimilar a un modisto de la alta costura que, por
su formación y oficio, puede convertir telas e hilos en obras de arte.
8.- Un texto bien escrito causa una buena
impresión: cuando alguien con un nivel cultural promedio, es decir, que conoce
en un sentido muy general cuándo un texto está bien escrito o no, lee un texto
fluido, sin dudas, contradicciones, conciso y sin faltas de ortografía, se
forjará una impresión positiva, grata y valiosa del autor, aunque no lo
conozca.
Cuando sucede lo
contrario, el lector se forma una idea negativa, imprecisa y dudosa del autor.
Esto puede jugar en contra del objetivo del texto o mensaje, es decir, malograr
una venta, la sustentación de una tesis, el desarrollo de una ardua
investigación, la transmisión de una noticia, el encanto de una historia, la
promoción de un producto o un servicio, en fin. El resultado tiene grandes
posibilidades de ser desastroso, otro caso de comunicación frustrada y de un
autor descalificado por desconocer o no utilizar con precisión y habilidad las
herramientas del lenguaje escrito.
Aquí, una vez más,
surge el corrector de estilo como un aliado, un socio, un colaborador de la
buena imagen, del propósito de causar una grata impresión entre los lectores.
Este breve compendio
de buenas razones revela la inconmensurable utilidad que ofrece y presta la
corrección de estilo a todas las personas que escriben algo en esta orilla,
para que en la otra el lector reciba el escrito sin molestias, sin el riesgo de
aburrirse ni confundirse o de crearse una imagen negativa del autor. En la
mitad, el brillante, profundo, ancho y rico río del idioma corre sin cesar,
gracias al trabajo que como orfebres insomnes cumplen en silencio los
correctores de estilo.
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