Escribanía

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miércoles, noviembre 23, 2016

¿Por qué dejar un escrito en manos de un corrector de estilo?

Por Donaldo Donado V.

Son múltiples las razones por las que un escrito debe pasar primero por los ojos vigilantes de un corrector de estilo antes de llegar a los del lector. Enseguida les presento ocho, que por el momento pueden ser suficientes:

1.- Soñar con escribir una obra de arte: todos los escritos, aun los ya publicados, son por lo general obras inconclusas. Siempre pueden ser perfeccionadas, incluso hasta nunca acabar. No obstante, las personas que escriben pueden soñar con que su texto más sencillo, instrumental y rutinario resulte bien hecho. Que cumpla con todos los estándares de nuestro idioma, del buen escribir. Que sea una pequeña obra de arte. Es también un deber con el lector, un homenaje a él.

Escribir es uno de los actos más solitarios que existe. Pero hoy, como nunca antes, quien escribe tiene a su disposición inmediata el más grande y rico menú de ayudas: diccionarios comunes, especializados y de sinónimos, gramáticas, corrector ortográfico y manuales de estilo, todos digitales y en línea.

En muchos casos, todas estas herramientas son insuficientes. Los textos no dejan contentos a los autores. Sienten que algo o mucho les falta para ser idóneos, claros, concisos, estéticamente aceptables, bellos. Es entonces cuando el corrector de estilo surge como el mejor aliado para alcanzar esta meta.

2.- Evitar la ambigüedad o un mensaje equivocado: un buen escrito se caracteriza por entregar un mensaje claro y directo; sin lugar a dudas, a diversas interpretaciones. Una coma, un punto y coma o un punto y seguido le pueden cambiar el sentido a una oración, a un párrafo, a todo un texto. Por esto, a la hora de redactar es importante conocer y aplicar correctamente los signos de puntuación, para convertirlos en aliados y aprovechar todos sus aportes. Si la persona que redacta no los conoce muy bien o no los maneja adecuadamente, antes de enviarlo a los lectores finales, debe entregar el escrito a una persona que sí los conozca y domine, es decir, a un corrector, para que lo corrija con base en las normas de la gramática y del buen uso del idioma.

De esta manera, el autor –sea un investigador académico, un funcionario público o un empleado bancario, por ejemplo– evita enviar un mensaje equivocado.

3.- Enviar un mensaje claro: en no pocas ocasiones encontramos textos que emplean óptimamente los signos de puntuación, pero que presentan deficiencias en las concordancias de género y número, en la conjugación de los tiempos verbales y en el orden lógico, entre otros aspectos.

Sin embargo, los problemas de un escrito no se limitan al uso del idioma, sino que también comprenden la estructura u organización interna. Por la desestructuración o ausencia de una clara y lógica columna vertebral, muchos escritos resultan deshilvanados, inconexos y dispersos, lo que los hace inviables y fallidos: una pérdida de tiempo para el autor y para los lectores.

Un corrector de estilo competente resuelve todo este barullo de la falta de coherencia interna.

 4.- El autor posee un bajo nivel de lectura: existe una indisoluble asociación entre la lectura y la escritura. Una persona que posee el hábito de la lectura tiene muchas más posibilidades de escribir un texto correctamente que la que no lo tiene. La lectura provee al lector habitual de un bagaje, de un acervo del idioma, que a la hora de escribir surge incontenible para ponerse al servicio de la buena escritura. Mientras que el lector ocasional o instrumental vive momentos difíciles a la hora de escribir el texto más breve e informal o al momento de redactar el informe más riguroso. Desconoce las normas del lenguaje escrito. Lo usa a tientas. Al final malogra sus buenas intenciones.

Ante un escrito marcado por el lenguaje oral y la improvisación, un corrector de estilo actúa como un bálsamo.

5.- Se rompe con una tradición: hasta mediados del siglo xx se decía con propiedad que Colombia era un país de gramáticos y poetas. Muchos de los cultores –sobre todo en el siglo xix– también se destacaron como presidentes de la república, ministros y demás dignatarios del poder público. Por su presencia y actividad pública, por las tertulias que protagonizaban y por otros valores artísticos y culturales de Bogotá, en esos tiempos la ciudad llegó a considerarse como La Atenas suramericana.

Ambas características se perdieron para siempre. En contra han jugado las deficiencias de la educación en las áreas de la comunicación oral y escrita y la irrupción de los medios masivos de comunicación, entre otros múltiples factores.

El colombiano promedio no honra ya la noble tradición de pertenecer a un país de gramáticos. No cuida el idioma, no se preocupa por aprenderlo con propiedad, en fin, escribe mal. Solo basta con leer los correos electrónicos y las deplorables participaciones en cuanto canal de chat existe en las web colombianas.

Tal vez como un representante de esa usanza, el corrector de textos o de estilo, sin pretenderlo, actúa como un faro del idioma, como un vigía de esa loable tradición, que era ejercida sobre todo por la elite bogotana.

 6.- El corrector automático de los programas de texto no es suficiente: muchas de las carencias y deficiencias señaladas cuentan hoy con un salvavidas en el recurso tecnológico del corrector ortográfico incorporado al procesador de texto de los computadores y de todo tipo de dispositivos habilitado para la escritura; sin embargo, esta herramienta es muy limitada, aunque es preciso reconocer que en cada nueva versión de estos programas y aplicaciones se aumentan su eficiencia y sus servicios lingüísticos.

Estos recursos representan una ayuda importante para todo tipo de escribientes, pero no en pocas ocasiones sugiere el error. Claro, es una máquina con una memoria robusta que almacena la mayoría de las encrucijadas del idioma, pero no todas. No es omnisciente. A veces se confunde; por ejemplo, como no ve ni piensa por sí misma, no sabe si usted escribió marques o marqués, círculo o circulo, revólver o revolver; en otras, simplemente, “no sabe o no responde”.

Para tapar las innumerables goteras que presentan estos recurridos correctores ortográficos y para resolver los problemas de sintaxis que no atiende ni resuelve, una persona que sea un corrector de textos es la más indicada tabla de salvación.

7.- Por la elegancia y contra el desaliño: un texto mal escrito es como una persona que sale a la calle sin bañarse, mal peinada, sin afeitar, con prendas ajadas y de colorines, y zapatos polvorientos; la más común estampa del desaliño, de la negligencia, de la omisión, del descuido. Mientras que uno bien escrito es comparable con una mujer elegante, así no sea bella, de buen gusto y distinción para vestir.

En consecuencia, un corrector de textos se puede asimilar a un modisto de la alta costura que, por su formación y oficio, puede convertir telas e hilos en obras de arte.

 8.- Un texto bien escrito causa una buena impresión: cuando alguien con un nivel cultural promedio, es decir, que conoce en un sentido muy general cuándo un texto está bien escrito o no, lee un texto fluido, sin dudas, contradicciones, conciso y sin faltas de ortografía, se forjará una impresión positiva, grata y valiosa del autor, aunque no lo conozca.

Cuando sucede lo contrario, el lector se forma una idea negativa, imprecisa y dudosa del autor. Esto puede jugar en contra del objetivo del texto o mensaje, es decir, malograr una venta, la sustentación de una tesis, el desarrollo de una ardua investigación, la transmisión de una noticia, el encanto de una historia, la promoción de un producto o un servicio, en fin. El resultado tiene grandes posibilidades de ser desastroso, otro caso de comunicación frustrada y de un autor descalificado por desconocer o no utilizar con precisión y habilidad las herramientas del lenguaje escrito.

Aquí, una vez más, surge el corrector de estilo como un aliado, un socio, un colaborador de la buena imagen, del propósito de causar una grata impresión entre los lectores.


Este breve compendio de buenas razones revela la inconmensurable utilidad que ofrece y presta la corrección de estilo a todas las personas que escriben algo en esta orilla, para que en la otra el lector reciba el escrito sin molestias, sin el riesgo de aburrirse ni confundirse o de crearse una imagen negativa del autor. En la mitad, el brillante, profundo, ancho y rico río del idioma corre sin cesar, gracias al trabajo que como orfebres insomnes cumplen en silencio los correctores de estilo.

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