Donaldo Donado Viloria
Corrector y escritor
“El llamado mercado laboral no es
un mercado, es un sistema de relaciones laborales o simplemente un sistema
laboral, porque desde la declaración de Filadelfia de 1944 (carta de la
Organización Internacional del Trabajo [OIT]), el trabajo no es una mercancía;
esto no es puramente económico, es un criterio ideológico de aproximación”,
dice Iván Daniel Jaramillo,[1]
investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.
En ese sistema laboral
colombiano, la labor del corrector de textos es aún bastante desconocida para
la mayoría de la población y es poco reconocida o apreciada en el medio
editorial. Contra ese desconocimiento luchamos a diario los correctores, a
brazo partido, al hacer pedagogía con nuestros potenciales y reales clientes, sobre
todo con los que no provienen del sector editorial tradicional, a los que
ilustramos y persuadimos de la importancia de nuestra labor en la cadena de
valor de las publicaciones.
Al lado de esta ignorancia e
indiferencia crecen otras yerbas amargas, como, por ejemplo, el carácter excepcional
que tiene el reconocimiento, visibilidad o crédito que se le da al corrector en
la página de créditos de la publicación en la que participa.
Pero uno de los mayores tratos
indignos que debe enfrentar el corrector es el desalmado ofrecimiento de pago
de honorarios bajos o pírricos que le lanzan algunos clientes por hacer su
labor especializada.
Primero, desde las leyes del
mercado, está bien que los mejores preparados o los expertos reciban mayores
ingresos, pero ningún servicio prestado por un oficiante o un profesional de
cualquier disciplina debe ser mal pagado, sino recibir lo justo. No hablamos de
quien no cumpla a cabalidad con su trabajo y con sus compromisos. “Si todo el
mundo trabaja, pero gana poco, pues no sirve, porque no habrá quién compre
ropa, carros, etc. Necesitamos que la gente tenga capacidad adquisitiva; para
eso hay que estimular la productividad, que se estimula con crecimiento
económico: el generador de empleo es el crecimiento económico”, expresa Iván
Daniel Jaramillo.
Segundo, desde la ética, los
clientes jamás deberían tasar o ponerle un precio al costo del trabajo de un
profesional, al otro. Está bien que pidan un descuento o cualquier otra gabela
a la tarifa ofrecida por el corrector, pero que de antemano alguien intente
abusar de una posición dominante con la imposición de una tarifa, porque se
trata de una entidad o empresa grande, poderosa, que ofrece elevadas cantidades
de trabajo, debería no solo ser sancionado por el Estado, lo que lo persuadiría
de no excederse y cruzar esa línea roja, sino también por los mismos
correctores mediante un boicot para no ceder a sus abusadoras pretensiones.
Las relaciones laborales o por
prestación de servicio deberían estar matizadas o mediadas por la generosidad de
las empresas y las personas que buscan los servicios de los correctores, y no
por la mezquindad. Porque la empresa o persona que contrata a un corrector se puede
ahorrar unos pesos al pagar una baja tarifa, pero al hacerlo desmoraliza al
trabajador, disminuye su sensación de bienestar con su propia profesión u
oficio, eleva su sensación de inseguridad y de incertidumbre, le baja la
productividad y le destruye la lealtad.
Tercero, desde la economía, un
corrector que recibe un mal pago por la prestación de sus servicios no puede
cotizar para recibir un buen servicio de salud, sino uno mediocre, o para soñar
con una pensión digna. Las prestaciones sociales van por cuenta propia.
Además, debe pagar la retención
en la fuente (entre el 10 y el 11 %) y el 1 % del impuesto de Industria y
Comercio Agregado (ICA). No tiene derecho a vacaciones remuneradas ni a incapacidades
médicas y licencias de maternidad o paternidad pagas, ni a cesantías (un
salario mensual por cada año de trabajo) ni a horas extras. Mucho menos tiene
la oportunidad de ahorrar.
Aunque sabemos que el contrato de
servicios no está regulado por el código del trabajo, sino por el código civil,
un corrector, para poder alcanzar el mismo nivel de ingresos de un asalariado,
debería recibir un 60 % más de ingresos.
La labor del corrector siempre es
exigente en conocimientos, competencias, esfuerzo físico, laboriosidad y altos
estándares de calidad. Es un cuidador insomne del idioma, para evitar que
caigamos en una nueva Torre de Babel. Casi siempre, cada trabajo le plantea
desafíos particulares y debe hacer consultas y búsquedas que retan su
curiosidad y su intelecto. Por estas razones invierte siempre en su
capacitación (tiempo, dinero y esfuerzos), en la actualización permanente de
sus saberes, habilidades y competencias, para crecer como profesional y
responder con solvencia ante cada imperfección idiomática. Este trabajo
esforzado y dedicado está en mora de recibir un mejor trato por parte de todos,
solo el justo, pero especialmente de los clientes que miran al corrector desde
la ventana más elevada de su torre de negocios.
[1]
Medina, M. A. (24 de febrero de 2020). ‘Los tiempos formales de trabajo
deberían reducirse’: investigador de la U. del Rosario. El Espectador. Recuperado
de https://www.elespectador.com/economia/los-tiempos-formales-de-trabajo-deberian-reducirse-investigador-de-la-u-del-rosario-articulo-906117
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