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jueves, febrero 27, 2020

Breve defensa laboral del corrector de estilo



Donaldo Donado Viloria
Corrector y escritor

“El llamado mercado laboral no es un mercado, es un sistema de relaciones laborales o simplemente un sistema laboral, porque desde la declaración de Filadelfia de 1944 (carta de la Organización Internacional del Trabajo [OIT]), el trabajo no es una mercancía; esto no es puramente económico, es un criterio ideológico de aproximación”, dice Iván Daniel Jaramillo,[1] investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.

En ese sistema laboral colombiano, la labor del corrector de textos es aún bastante desconocida para la mayoría de la población y es poco reconocida o apreciada en el medio editorial. Contra ese desconocimiento luchamos a diario los correctores, a brazo partido, al hacer pedagogía con nuestros potenciales y reales clientes, sobre todo con los que no provienen del sector editorial tradicional, a los que ilustramos y persuadimos de la importancia de nuestra labor en la cadena de valor de las publicaciones.

Al lado de esta ignorancia e indiferencia crecen otras yerbas amargas, como, por ejemplo, el carácter excepcional que tiene el reconocimiento, visibilidad o crédito que se le da al corrector en la página de créditos de la publicación en la que participa.

Pero uno de los mayores tratos indignos que debe enfrentar el corrector es el desalmado ofrecimiento de pago de honorarios bajos o pírricos que le lanzan algunos clientes por hacer su labor especializada.

Primero, desde las leyes del mercado, está bien que los mejores preparados o los expertos reciban mayores ingresos, pero ningún servicio prestado por un oficiante o un profesional de cualquier disciplina debe ser mal pagado, sino recibir lo justo. No hablamos de quien no cumpla a cabalidad con su trabajo y con sus compromisos. “Si todo el mundo trabaja, pero gana poco, pues no sirve, porque no habrá quién compre ropa, carros, etc. Necesitamos que la gente tenga capacidad adquisitiva; para eso hay que estimular la productividad, que se estimula con crecimiento económico: el generador de empleo es el crecimiento económico”, expresa Iván Daniel Jaramillo.

Segundo, desde la ética, los clientes jamás deberían tasar o ponerle un precio al costo del trabajo de un profesional, al otro. Está bien que pidan un descuento o cualquier otra gabela a la tarifa ofrecida por el corrector, pero que de antemano alguien intente abusar de una posición dominante con la imposición de una tarifa, porque se trata de una entidad o empresa grande, poderosa, que ofrece elevadas cantidades de trabajo, debería no solo ser sancionado por el Estado, lo que lo persuadiría de no excederse y cruzar esa línea roja, sino también por los mismos correctores mediante un boicot para no ceder a sus abusadoras pretensiones.

Las relaciones laborales o por prestación de servicio deberían estar matizadas o mediadas por la generosidad de las empresas y las personas que buscan los servicios de los correctores, y no por la mezquindad. Porque la empresa o persona que contrata a un corrector se puede ahorrar unos pesos al pagar una baja tarifa, pero al hacerlo desmoraliza al trabajador, disminuye su sensación de bienestar con su propia profesión u oficio, eleva su sensación de inseguridad y de incertidumbre, le baja la productividad y le destruye la lealtad.

Tercero, desde la economía, un corrector que recibe un mal pago por la prestación de sus servicios no puede cotizar para recibir un buen servicio de salud, sino uno mediocre, o para soñar con una pensión digna. Las prestaciones sociales van por cuenta propia.

Además, debe pagar la retención en la fuente (entre el 10 y el 11 %) y el 1 % del impuesto de Industria y Comercio Agregado (ICA). No tiene derecho a vacaciones remuneradas ni a incapacidades médicas y licencias de maternidad o paternidad pagas, ni a cesantías (un salario mensual por cada año de trabajo) ni a horas extras. Mucho menos tiene la oportunidad de ahorrar.

Aunque sabemos que el contrato de servicios no está regulado por el código del trabajo, sino por el código civil, un corrector, para poder alcanzar el mismo nivel de ingresos de un asalariado, debería recibir un 60 % más de ingresos.

La labor del corrector siempre es exigente en conocimientos, competencias, esfuerzo físico, laboriosidad y altos estándares de calidad. Es un cuidador insomne del idioma, para evitar que caigamos en una nueva Torre de Babel. Casi siempre, cada trabajo le plantea desafíos particulares y debe hacer consultas y búsquedas que retan su curiosidad y su intelecto. Por estas razones invierte siempre en su capacitación (tiempo, dinero y esfuerzos), en la actualización permanente de sus saberes, habilidades y competencias, para crecer como profesional y responder con solvencia ante cada imperfección idiomática. Este trabajo esforzado y dedicado está en mora de recibir un mejor trato por parte de todos, solo el justo, pero especialmente de los clientes que miran al corrector desde la ventana más elevada de su torre de negocios.












[1] Medina, M. A. (24 de febrero de 2020). ‘Los tiempos formales de trabajo deberían reducirse’: investigador de la U. del Rosario. El Espectador. Recuperado de https://www.elespectador.com/economia/los-tiempos-formales-de-trabajo-deberian-reducirse-investigador-de-la-u-del-rosario-articulo-906117

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