Escribanía

Escribir bien abre puertas

miércoles, abril 13, 2011

El lenguaje privatizado de los jóvenes


Finalmente, somos las palabras que sabemos. Los jóvenes recientes usan, en correos electrónicos, en charlas (escritas) en internet y en mensajes de texto desde celulares y otros aparatos, unas palabras recortadas, alteradas, onomatopéyicas y con una fuerte carga de oralidad (sustituyen la voz), mezcladas con otras del inglés, para comunicarse entre ellos y el resto del mundo. Es una jerga nueva, en permanente evolución, un código como de secta, de clan, que tiene un indudable ingrediente creativo, lúdico, para marcar distancia y diferencia con el aburrido mundo de los adultos.

La mayoría de los mayores, sobre todo los padres y profesores de esto jóvenes cibernéticos, se quejan y lamentan “este maltrato del idioma” que les “limita el desarrollo de un lenguaje más elaborado”. Hay, sin embargo, otros adultos que sucumben y contemporizan con esta taquigrafía juvenil, la utilizan sin pudor en sus comunicaciones virtuales, quizá por reivindicar una rebeldía tardía, por algún desajuste de identidad o para retardar el inefable arribo a la madurez.

Está comprobado que este sarampión propio de la edad y no de la cultura, es abandonado poco a poco por los jóvenes en la medida en que se alejan del frenesí de la juventud, tal como dejan atrás travesuras e irreverencias.

En España, el año pasado la Fundación del Español Urgente, Fundéu, reunió en un histórico monasterio a lingüistas, investigadores, docentes y escritores para discutir en un seminario sobre El español de los jóvenes, evento que fue inaugurado por el director de la Real Academia Española y presidente de la Fundéu, Víctor García de la Concha.

Una de sus principales conclusiones de ese insospechado suceso fue que “la lengua española, la tercera más hablada en el mundo, sigue viva y en continuo movimiento, como lo prueba la renovación constante de las jergas y lenguas especializadas, como el lenguaje juvenil”. Es decir, que entre los académicos españoles de la lengua no hay alarma por este fenómeno, por el que ni siquiera han caído en la rasgadura de vestiduras.

Otras de las conclusiones sostiene que los jóvenes emplean dos variedades lingüísticas: la jerga propia (o juvenil, usada entre iguales, en situaciones de comunicación no formales y, sobre todo, orales), y la lengua estándar, que ellos utilizan para comunicarse con quienes no comparten ese lenguaje, fuera de sus ambientes y ámbitos cotidianos. “Paradójicamente –destacaron fuera de toda duda-, si en la lengua estándar estos jóvenes poseen ciertas carencias, fruto de la inexperiencia comunicativa, y en algunos casos de una formación insuficiente, su jerga destaca por ser creativa, original e ingeniosa”.

Sus conversaciones escritas funcionan bajo el concepto de una economía lingüística. Acortan las palabras, incluso en los casos en que no es necesario, porque el espacio en la red, por lo general, es suficiente. Esta taquigrafía emocional, incluso no verbal, tiene la desventaja de que el destinatario que no está familiarizado con ella no puede descifrar parcial o completamente el mensaje, situación que no suele ocurrir entre jóvenes.

Por otro lado, Tony Judt, historiador inglés y profesor universitario, afirma en su artículo Palabras, publicado en la revista El malpensante N° 111,  que en la tradición occidental, durante siglos se consideró que la calidad con que se expresaba un argumento era proporcional a la credibilidad del mismo. “La prosa chapucera delata inseguridad intelectual: hablamos y escribimos mal porque no nos sentimos seguros de lo que pensamos, y somos reacios a afirmarlo sin ambages”, sentencia.

Para Judt, cuando las palabras pierden su integridad, también las ideas expresadas a través de ellas la extravían. “Si privilegiamos la expresión personal sobre la convención formal, privatizamos el lenguaje del mismo modo como hemos privatizado tantos otros territorios”, relampaguea con lucidez.

En su opinión, el resultado es la anarquía.

En mis años juveniles en Barranquilla, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, los jóvenes corrientes no tuvimos esta libertad de nombrar el mundo a nuestro gusto y modo. Aún no se había dado en la cultura el énfasis en el individuo autónomo (“Cada uno con su cuento”), el alejamiento de las formas y el artificio a favor de la expresión “natural” y personal. Tampoco había surgido el vasto espacio comunicativo que es hoy internet. Nos expresábamos con decencia, pudor y miedo ante los adultos. Incluso un poco entre nosotros mismos. Sólo a la hora de los recreos escolares, del juego con los amigos de la cuadra o en la fiesta, surgía, sobre todo, el centelleante barranquillerismo –esa deliciosa jerga del barranquillero raizal, popular, irreverente-, patrimonio esencial, particular, para nombrar giros, actitudes, conductas, estados de ánimo, partes del cuerpo, lugares, etc.

Así mismo, en su condición marginal, orillera, los apacibles marihuaneros de barrio, mientras jugaban dominó o bolaetrapo, se daban la libertad de renombrar todo a su modo, de inventar palabras que lanzaban luminosas en medio de la niebla de sus trabas, con los ojos entrecerrados, la boca torcida y haciendo sonar en el aire el chasquido del dedo índice derecho golpeando sobre la ve que forman los dedos medio y pulgar. Los demás los mirábamos y los escuchábamos con atención, hipnotizados, para no perdernos ese súbito espectáculo de creatividad, de imaginación.
 
Hoy, con el fin de cerrar la brecha abismal entre generaciones y tender un puente entre la jerga de los jóvenes de todo el país y sus inquietos padres y profesores, el Departamento de Dialectología del Instituto Caro y Cuervo adelanta un proyecto que busca entender todo este fenómeno e indagar sobre los procesos de creación de estas palabras de jóvenes. Se ha previsto culminarlo con la publicación de un diccionario en el que se describirá el significado de las palabras que ellos emplean a diario. Esperamos que haya un capítulo o se presenten los términos y las acepciones que usan los jóvenes del Caribe colombiano.

Porque a la larga nuestra relación con el mundo está reducida a las palabras. Son todo lo que tenemos.

No hay comentarios: