La más reciente novela de Roberto Burgos Cantor, Ese silencio, es un libro extraño, como un código cerrado. Desde el comienzo y hasta el final impone sus condiciones. A veces parece un largo vallenato de origen, con una claraoscura historia de amor de pueblo, contada como ante un espejo roto; en otras, un vertedero vivo de palabras bellas para representar en detalle y poéticamente, en prosa, la realidad de los personajes.
Hay capítulos de olores, colores y sustancia. Otros de lectura de tránsito, de pantano, de aquí no pasa nada.
Al final queda una visión redonda, más o menos diáfana, completada por el corazón y el pensamiento del exigido lector.
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